Friday, October 17, 2014



Un domingo en la biblioteca
Por Eugenio Rodríguez


Lo tomaron de la foto, le dijeron que su muerte vendría, o le había sobrevenido, dos años más tarde, en 1978. Así sin más, lo decía la revista de arte de los tiempos.  Pensaron que aquel hombre con porte de artista de experiencias fuertes, fuera de época --una mano se adivinaba más allá de su espacio en la  foto--, no tomaría la noticia sino con una carcajada retumbante de galería. Sucedió lo contrario. Lo más opuesto del mundo. Le cayó un desánimo, una flojera, como que las costuras del cuerpo ya no lo sostenían. Era de verse: palpitaciones, fatiga, palmadas en los cachetes, alcohol en las narices. Si no hubieran acudido pronto a desmentirle la verdad, a la carrera decirle que todo había sido una broma, hombre, que no se preocupara --la cara le hacía pucheros--, que cómo era posible que creyera en fechas de muerte. Así, poco a poco, con estas razones fue cobrando color, la camisa se le infló de nuevo, la mirada recuperó su perspectiva, el ángulo del mentón se hincó en los aires, reaparecieron los rabos en las comisuras de los labios y sin mayor esfuerzo, como el que se pone su chaqueta de pana verde botella, se reincorporó a la pose exacta de la foto, donde aparece en la revista de la época, al lado de uno de sus cuadros neoexpresionistas.