Thursday, July 21, 2011

                                                         Minirrelatos



Algo en ella 


Algo en ella me daba la impresión de no ser de este tiempo, y no sólo por aquel trenzado suyo y los labios acorazonados. En su mirada brillaba algo incierto. Mucho más joven que yo, no sabía cómo interpretar aquella sonrisa en el brillo de sus ojos, si insinuación de mujer a hombre demasiado tarde, o timidez del que sonríe en los velorios.

En fin, cuando me abrí algo a ella (hendija indiscreta) más que horror surgió la compasión de misionera. Hablaría con su mamá para que me tuviera en oración --alarma y compasión en el todo de su gesto--. Le quise preguntar ¿por qué no ella, por qué yo no en sus oraciones?


Sería lo obvio: guardaría aquel espacio, la joven solterona, para el sueño de su vida, algún hombre bestial e impaciente en la cama de mujer que nada siente, como pasa en estos casos de los tiempos.


Y ahora ya sé a quién me recuerda.


(A mi madre.)


     __________________________________________________________



Abuelo


Sus chasquidos de suelas en los peldaños de mármol, limados por tantos los años, anunciaban su llegada; su cabeza pura de canas salía del pozo de la escalera: “Tato . . .” Yo, en el descanso final, abrazaba con brazos de niño el cartucho de naranjas y limones. “Llévale a abuela . . .”  Eso era todos los mediodías, a la hora del almuerzo, antes de regresar al trabajo, pues nunca había podido retirarse.  


Despejado del vapor de ropas, zafado de cinto y ya sin los zapatos de brillo, con el vaso de limonada ya vacío a su lado, se sentaba en el balancín de la sala de estar, frente a la puerta-ventana. Desde allí, desde aquel segundo piso, por encima del clamor de la calle, observaba lo que nadie sabía, ni les importaba (y por eso, claro, no sabían).

Hasta que surgió el milagro de volar, con los brazos extendidos saltó del balcón, allá en Santos Suárez, y voló, sin mirar atrás voló, por encima de todos los tejados, voló.  Claro, la gente de los cuerpos, como siempre, dijeron lo contrario.


Me lo imagino aún sobrevolando los parajes de su predilección, al fin haciendo vida de aquellos fotos del National Geographic, sobrevolando el Tíbet, con su lana de viejo, a la vista del gran Himalaya.   


Y yo aún aquí, abuelo, todavía con esta carga de tiempo.