Minirrelatos
Algo en ella
Algo en ella me daba la impresión de no ser de este tiempo, y no sólo por aquel trenzado suyo y los labios acorazonados. En su mirada brillaba algo incierto. Mucho más joven que yo, no sabía cómo interpretar aquella sonrisa en el brillo de sus ojos, si insinuación de mujer a hombre demasiado tarde, o timidez del que sonríe en los velorios.
En fin, cuando me abrí algo a ella (hendija indiscreta) más que horror surgió la compasión de misionera. Hablaría con su mamá para que me tuviera en oración --alarma y compasión en el todo de su gesto--. Le quise preguntar ¿por qué no ella, por qué yo no en sus oraciones?
Sería lo obvio: guardaría aquel espacio, la joven solterona, para el sueño de su vida, algún hombre bestial e impaciente en la cama de mujer que nada siente, como pasa en estos casos de los tiempos.
Y ahora ya sé a quién me recuerda.
(A mi madre.)
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Abuelo
Despejado del vapor de ropas, zafado de cinto y ya sin los zapatos de brillo, con el vaso de limonada ya vacío a su lado, se sentaba en el balancín de la sala de estar, frente a la puerta-ventana. Desde allí, desde aquel segundo piso, por encima del clamor de la calle, observaba lo que nadie sabía, ni les importaba (y por eso, claro, no sabían).
Hasta
que surgió el milagro de volar, con los brazos extendidos saltó del balcón,
allá en Santos Suárez, y voló, sin mirar atrás voló, por encima de todos los tejados, voló.
Claro, la gente de los cuerpos, como
siempre, dijeron lo contrario.
Me lo
imagino aún sobrevolando los parajes de su predilección, al fin haciendo vida
de aquellos fotos del National Geographic, sobrevolando el Tíbet, con su lana
de viejo, a la vista del gran Himalaya.
Y yo aún aquí, abuelo, todavía con esta carga de tiempo.
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